El pasado jueves tuvimos cuentacuentos. En la biblioteca del centro (por gentileza de Everest), Fernando Saldaña nos enseñó a hacer teatro con material que no es de teatro, es decir, con la imaginación. No siempre es fácil la animación a la lectura, pero Fernando lo consiguió, se metió a los niños en el bolsillo, y poco faltó para que lo hiciera de verdad, porque además es mago. ¿Cómo, si no, embelesar a los niños con el único material de su imaginación?
Así, desfilaron ante nuestros ojos, y movidos por las expertas manos de Fernando, tijeras que eran niños, portalápices que eran personas, portacelos que eran ratones... y nos representó el flautista de Hamelín. Y todo, porque un niño llamado Fernandito (qué casualidad) se aburría en un recreo lluvioso, dentro de clase, y no se le ocurrió otra cosa que contar un cuento con su imaginación y con la ayuda de las cosas que encontró en el estuche.
Después, el mago, nos enseñó a hacer besos con trocitos de papel pinocho, muchos besos. Sopló, y los besos se esparcieron por la biblioteca buscando niños donde posarse. Y al final, un beso que queda, como una luz encendida, mágico, que va y que viene desde el corazón. El de Fernando, que nos enseña que hay que leer para tener besos guardados, porque en cada libro hay besos para guardar y hacer un cuaderno de besos.
Y así se quedaron los niños: con la boca abierta.
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